
»La República ha estat implantada per la via legal, donant al món un exemple únic en la Història. Que la seua defensa i consolidació siguen també exemplars»
Así concluía el primer bando del Consistorio provisional de Valencia emitido a altas horas de la noche del martes 14 de abril de 1931, habiendo sido ya proclamada oficialmente desde Madrid la II República Española y con Alfonso XIII camino de su exilio en Francia. Se ponía así punto y seguido a tres jornadas decisivas de la historia de España que fueron vividas con singular intensidad en la capital valenciana.
Dos días antes, el domingo 12, había tenido lugar el triunfo arrollador de la Conjunción republicano-socialista en las principales ciudades españolas, una coalición de la que formaban parte desde el PSOE de Indalecio Prieto y Largo Caballero, hasta la Derecha Liberal Republicana de Miguel Maura y Alcalá Zamora, pasando por varias organizaciones de centro e izquierda, así como nacionalistas en algunos territorios. En Valencia, la coalición era denominada indistintamente Alianza Antidinástica o Alianza de Izquierdas Antimonárquicas y estaba liderada por el Partido de Unión Republicana Autonomista (PURA), fundado a principios de siglo por Vicente Blasco Ibáñez, entonces liderado por su hijo Sigfrid y vinculado al Partido Radical de Alejandro Lerroux. También integraban la coalición, además de los partidos de implantación estatal, otros como la Agrupació Valencianista Republicana, una organización de perfil nacionalista de reciente creación que contaba con un nutrido y muy activo grupo de militantes.

Se trataba en realidad de unas elecciones municipales -las primeras desde que en 1923 quedara suspendida la Constitución y establecida la dictadura del general Miguel Primo de Rivera- pero su carácter plebiscitario era asumido por gran parte de la población, a pesar de las declaraciones en sentido contrario de algunos destacados dirigentes republicanos. La renuncia de Primo de Rivera a principios de 1930 había supuesto que el poder pasara al general Dámaso Berenguer, bajo cuyo mandato tuvo lugar una cierta apertura pero que fracasó, dando paso a un nuevo gobierno de coalición monárquica a cuya cabeza estaba el almirante Juan Bautista Aznar, que fue el que finalmente convocó las elecciones ya entrado el año 1931.
La Monarquía se encontraba gravemente desprestigiada después de años de corruptelas, represión y dictadura, pero confiaba en reactivar los viejos mecanismos caciquiles y de fraude electoral para ganar las elecciones de cara a unas futuras a Cortes constituyentes. Con los ayuntamientos y diputaciones sometidos sería más fácil ganarlas, pensaban; pero el tiro les salió por la culata. El ambiente de efervescencia y movilización que existía en los núcleos urbanos logró frustrar los planes del régimen en lo que fueron, con diferencia, las elecciones más limpias que había vivido España hasta entonces. 40 capitales de provincia -incluyendo Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Zaragoza, Málaga y Bilbao- votaron masivamente a los republicanos, mientras que tan solo 10 lo hicieron por los monárquicos. En las áreas rurales la balanza se inclinó hacia los monárquicos, pero todo el mundo era consciente de que el campo era todavía terreno abonado de caciques, pucherazos y fraudes.
En la ciudad de Valencia 36.738 papeletas fueron para los republicanos, mientras que los monárquicos cosecharon tan solo 12.420. Proporciones similares se dieron en las principales ciudades españolas. En lo que se refiere al País Valenciano, los republicanos se impusieron con rotundidad en ciudades como Alicante, Castellón, Elche, Alcoy y otras localidades medianas; mientras que prácticas fraudulentas como la compra de votos, robo de urnas y todo tipo de coacciones, fueron frecuentes en la mayoría de municipios del medio rural donde ganaron los monárquicos.

El lunes día 13, a medida que el triunfo de los republicanos se iba confirmando, varias marchas espontáneas brotaron por Valencia. Ya por la tarde, cientos de personas se manifestaban en las inmediaciones del local que el PURA tenía en la Gran Vía Germanías, mientras que otro grupo que se dirigía desde los barrios marítimos hacia el centro fue dispersado a golpes y disparos por la Guardia Civil. Alrededor de las 9 de la noche, miles de personas se agolpaban alrededor de la sede del diario blasquista El Pueblo, situada en la calle don Juan de Austria, desde donde Sigfrid Blasco habló confirmando la victoria pero recomendando calma, pues la situación era todavía incierta y se temía una reacción violenta del gobierno. No obstante, la multitud se dirigió hacia el Ayuntamiento donde fue dispersada a palos por la Guardia Civil. Situaciones similares se vivieron en otras localidades como Castellón, Alicante o Benaguacil.
Para ilustrar la verdadera dimensión de los resultados electorales, vale la pena reproducir el comentario con que los acompañaba el diario La Voz Valenciana en su edición vespertina del 13 de abril: »La jornada electoral de ayer ha sido una demostración gallarda, elocuente y aplastante del poder abrumador que hoy tienen en Valencia los elementos antidinásticos. Hay que confesarlo así ante la poderosa fuerza de los números (…) lo que determina la admirable disciplina de un partido dispuesto a luchar y vencer sin componendas ni combinaciones, sino con el absoluto convencimiento del ideal. Hay que confesarlo así y hay que proclamarlo con la sinceridad que siempre nos ha alentado en todos los problemas fundamentales de Valencia». El punto de vista de La Voz Valenciana reviste especial interés, ya que no se había mostrado partidario de la dictadura ni de la Monarquía, pero tampoco de la República. Es decir, que puede tomarse en gran medida como la opinión de un diario imparcial.
El martes 14 de abril, ya desde las primeras horas de la mañana, una multitud enfervorecida ocupaba las calles. Que algo estaba cambiando se podía percibir en que la Guardia Civil ya no cargaba contra los manifestantes sino que los observaba marchar en silencio. Poco después se constituía la Junta Provisional Republicana (JPR), cuyos pasquines inundaron las calles de Valencia declarando que la República era definitiva y haciendo llamamientos a mantener el orden público. Desde las 3 de la tarde las radios comunicaban proclamaciones republicanas por toda España y, a las 4, la sede de El Pueblo se encontraba abarrotada. Partió entonces una masiva manifestación hacia el Ayuntamiento encabezada por Blasco, Vicent Marco y otros cargos electos republicanos, quienes iban a tomar posesión del gobierno de la ciudad. Una vez allí, se izó la bandera republicana y Sigfrid Blasco fue el encargado de efectuar la proclamación de la República. Madrid aún tardaría tres horas en hacerlo.

Después, la JPR, acompañada por la multitud, se trasladó al gobierno civil y a Capitanía, donde sus inquilinos, ante la indignación generalizada, se negaron a izar la bandera tricolor mientras no recibieran órdenes de Madrid. Sin embargo, banderas republicanas -frecuentemente acompañadas de Señeras- ya ondeaban en decenas de edificios públicos como la Telefónica, Correos, la Audiencia, la Estación de Norte, etc. Por la tarde, cines y teatros detuvieron sus funciones para poner a todo volumen la Marsellesa y el Himno Regional, mientras que, en la Universitat de València, los estudiantes constituían una Junta de Gobierno acusando a las autoridades académicas de ser títeres del régimen caído.
Por fin, a las 9 de la noche, en el Ayuntamiento, los concejales electos, acompañados de otras personalidades republicanas y algunos militares, se constituyeron en Asamblea y fueron comunicando, a través de altavoces, sus deliberaciones a las miles de personas que abarrotaban la plaza. Unas tres horas después se elegía un Comité Ejecutivo y a Vicent Marco Miranda como alcalde provisional; fue entonces cuando se redactó el bando municipal que hemos visto al principio. Entretanto, varios grupos se reunieron frente al presidio del monasterio de San Miguel de los Reyes, situado en el barrio de Orriols, exigiendo la puesta en libertad de los presos políticos; allí la tensión fue creciendo -con motín incluido- hasta que, ya entrada la mañana del día 15, llegó desde Madrid la orden de liberarlos.
También el día 15, que fue declarado festivo, se constituía la Junta de gobierno de la Diputación Provincial. Por la tarde, el Ejército, seguido de una manifestación civil, rendía homenaje a la nueva bandera frente al Ayuntamiento. Ya el día 16, el Comité Ejecutivo se autodisolvía, y al día siguiente el doctor Agustín Trigo -el inventor del Trinaranjus– era elegido nuevo alcalde de Valencia.
Nota bibliográfica: la información que aparece en este post se ha tomado, principalmente, de »La proclamació de la República a València», artículo publicado por Ricard Blasco en el número 15 de la revista L’Avenç; y del capítulo »Vuelco en las urnas» de Francisco Sánchez Pérez, en el volumen colectivo 14 de abril. La República, editado por Ángel Bahamonde.
Borja
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