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La procesión cívica del llamado Dia de la Comunitat Valenciana del año 2014 nos dejó, una vez más, la bochornosa estampa de grupos fascistas desfilando con algo más que impunidad por el centro de Valencia a escasos metros de las autoridades autonómicas y municipales; unas autoridades que no parecían demasiado alarmadas por su presencia. La exhibición de símbolos nazis tampoco parecía inquietar a la fuerza pública. Ver a la alcaldesa de mi ciudad y al supuesto presidente de todos los valencianos posando tranquilamente a escasos metros de un estandarte nazi es algo que me produce náuseas y que en cualquier país europeo medianamente normal sería un escándalo mayúsculo; pero aquí como si nada. Y es que hace muchos años, 35 concretamente, que la ultraderecha conquistó el acto central del 9 d’Octubre de la mano de sus padrinos »demócratas». Desde entonces y hasta hoy, la simbiosis entre los ultras capitalinos y la derecha supuestamente moderada ha venido siendo una realidad poco disimulada.
Fue el 9 de octubre de 1979 cuando fascistas y blaveros, en connivencia con el grupo municipal de UCD y los gobernadores civil y militar de Valencia, reventaron la procesión dando un golpe de efecto definitivo al proceso autonómico valenciano. La acción que más se recuerda de aquel día es posiblemente la menos trascendente: la quema de las banderas del balcón consistorial (entre las que figuraba la señera preautonómica) por un proyectil lanzado desde la plaza. Después Rafael Orellano, concejal de UCD, »rescataría» los restos de la franja azul de la que entonces era la bandera exclusivamente municipal. Esos restos se encuentran desde aquellos días en la sede del Grup d’Accio Valencianista (GAV), pero esa es otra historia. Aquella mañana de octubre varios centenares de exaltados, entre otras lindezas, dispararon un arma de fuego contra la fachada del ayuntamiento, agredieron e intentaron apuñalar a diversas autoridades, y atacaron salvajemente al público autonomista para echarlo de la plaza. Todo ello ante los guiños cómplices de varios cargos de UCD y la pasividad de la Policía Nacional, cuyos agentes, con toda seguridad, habían recibido la orden de no actuar.

Por entonces no se hablaba de Dia de la Comunitat Valenciana sino de Diada Nacional del País Valencià; de hecho, el nombre »Comunitat Valenciana» ni siquiera existía, pues se inventó en 1982 para encajarlo en el Estatuto de Autonomía. Los brutales episodios del 9 de octubre de 1979 ponían punto y aparte a una campaña violenta que se había acentuado desde principios de 1978 coincidiendo con la constitución del Consell Preautonòmic del País Valencià; un Consell dominado por una izquierda que si bien no puede ser calificada de nacionalista, sí tenía unas aspiraciones autonomistas bastante ambiciosas. La campaña quedaría reanudada a finales de 1981 cuando un par de bombas entorpecieron y enrarecieron todavía más el conflictivo proceso autonómico valenciano. Dicho proceso culminaría meses más tarde con un Estatuto que asumió casi todas las reivindicaciones de los violentos, las cuales coincidían, punto por punto, con las del sector dominante de la UCD valenciana; todo ello, asombrosamente, después de que la izquierda hubiera ganado todas las elecciones.

Así fue, a grandes rasgos, como se impuso una reformulación del proceso autonómico que acabaría con la implantación del »para ofrendar» y la señera con franja azul coronada -propios de la ciudad de Valencia- como oficiales para todos los valencianos desde Vinarós hasta Pilar de la Horadada, y que a su vez conllevó la estigmatización de la denominación »País Valenciano» y frustró el reconocimiento estatutario del valenciano y el catalán como una misma lengua. Es probable que el objetivo último de todas esas disposiciones fuera obstaculizar la vertebración del pueblo valenciano en sentido amplio. Esos postulados fueron defendidos, al menos desde 1978, por el conjunto de la derecha: desde los sectores dominantes de UCD-Valencia hasta Fuerza Nueva, pasando por Alianza Popular, y grupos violentos como el GAV -financiado por las autoridades franquistas primero y por UCD después- o los carlistas del Círculo Aparisi y Guijarro.

Todavía están por determinar las razones que llevaron a la UCD (en curiosa sintonía con Maria Consuelo Reyna y su diario: Las Provincias) a abrazar unas posiciones que hasta 1977 solo eran promovidas por el conocido como búnker-barraqueta, compuesto principalmente por Alianza Popular -entonces minoritaria en tierras valencianas- y sectores ubicados a su derecha, tales como Falange o las autoridades locales y provinciales heredadas del franquismo. Posiblemente la cosa empezó como una estrategia electoralista para después derivar en algo con más calado. No resulta difícil intuir que desde el aparato del Estado el proceso autonómico encabezado por las izquierdas era percibido con inquietud. Así se explica que Fernando Abril Martorell (vicepresidente del Gobierno y mano derecha de Suárez) desembarcara en Valencia a principios de 1979 para dar el espaldarazo definitivo a la nueva estrategia de UCD. Ciertamente Abril Martorell había nacido en Valencia, pero un rápido vistazo a su biografía basta para constatar que hasta entonces su vinculación con Valencia era más bien poca. Otro de los abanderados en la sombra de la nueva estrategia de UCD en tierras valencianas era, sorprendentemente, Rodolfo Martín Villa, cuya relación y apego por nuestra tierra era más o menos el mismo que debía tener por las Islas Caimán. Puede que incluso menos.

Sea como sea, aquel 9 de octubre del 79 marcó el devenir del proceso autonómico y por extensión la trayectoria de lo que es hasta día de hoy la Comunidad Valenciana. Los socialistas fueron abandonando progresivamente sus ambiciones y marginando a sus sectores más nacionalistas. Joan Lerma, un oportunista con menos compromiso ideológico que un bote de guisantes, acabó por sustituir a Albiñana al frente del PSPV-PSOE, y siguiendo instrucciones de sus jefes en Madrid -particularmente Alfonso Guerra- acabaron por redactar y aprobar un texto en el que las cuestiones simbólicas enmascaraban un Estatuto que nos convirtió en una Autonomía de segunda división. Con el tiempo, los valencianos nos hemos convertido en paradigma de corrupción en España y parte del mundo; en un lugar donde los dos grandes partidos españoles nos venden humo para recoger votos y luego si te he visto no me acuerdo. Pero esto es, una vez más, otra historia.
Es cierto que la violencia contra la izquierda y el nacionalismo ha persistido hasta fechas recientes y, como reconoce la ONG Movimiento contra la Intolerancia, ha contado al menos con la complacencia de las autoridades del Partido Popular; pero también lo es que nunca ha vuelto a alcanzar la intensidad previa a la aprobación del Estatuto. Entre 1977 y 1982 se produjeron en la ciudad de Valencia al menos una treintena de episodios violentos graves en relación a la cuestión autonómica, incluyendo varios atentados con bomba y numerosos asaltos y ataques contra intelectuales, autoridades de izquierda y edificios oficiales. Pero tal vez lo más inquietante y significativo es que esos hechos no dejaron ni un solo detenido. Por no hablar del silencio y la desmemoria a las que han sido sometidos.
Borja
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